LIDERAZGO

LIDERAZGO
Unidad en el cuerpo de Cristo
por Carlos Simpson

Un cuerpo productivo y maduro no es un accidente. Es el resultado de obedecer cuidadosamente las instrucciones de Dios. Al observar la voluntad de la cabeza, los miembros se relacionarán adecuadamente y edificarán al cuerpo.

Durante muchos años creí que la unidad de la iglesia debía ser supuesta en términos primordialmente místicos. Pensaba que la Iglesia estaría unida sólo en el cielo; pero he llegado a comprender que el Señor quiere que la unidad sea visible, que esté unida así en la tierra como en el cielo. Jesús dijo que oráramos de esta manera: "Hágase tu voluntad en la tierra…". Dijo a sus discípulos: "Todo lo que atéis y desatéis en la tierra será atado y desatado en el cielo". El Señor quiere que la iglesia esté unida en la tierra para que pueda llevar adelante su ministerio en la tierra.


La clase de unidad que debe tener la iglesia para poder cumplir su misión es la de un cuerpo. La meta de la iglesia no es meramente llevar los cristianos al cielo, sino ser la luz del mundo. La responsabilidad de la iglesia no es salir del mundo, sino discipular a las naciones. Las relaciones que deben existir en la iglesia no son de una mera unidad mística sino de una armonía visible. Solamente cuando la iglesia funcione como un cuerpo podrá lograr su meta, cumplir con su responsabilidad y demostrar esas relaciones.

Cuando los cristianos hablan de la unidad de la iglesia a menudo pensamos en la unidad de todos los cristianos. Damos por sentado que ya hemos logrado la unidad en la iglesia local; pero ¿qué clase de unidad tenemos en la iglesia local y en el grupo cristiano que estamos liderando? Si no se trata de la unidad de un cuerpo entonces no podremos ser en la tierra lo que el Señor quiere que seamos.


ACTIVIDADES O RELACIONES

La Biblia nos dice que Cristo es la cabeza de su cuerpo, la iglesia, y que nosotros somos sus miembros. Sin embargo, leer algo en la Biblia no significa "poseerlo". Las iglesias de hoy, en su gran mayoría, no funcionan como cuerpos en los que todos sus miembros están unidos a la cabeza y entre sí. Me alegro de que mi propio cuerpo no se encuentre en el mismo estado de muchas iglesias; la boca podría empezar a hablar en contra de los oídos y los pies podrían dejar de escuchar a la cabeza.

En resumidas cuentas, lo que tenemos en la iglesia son reuniones y actividades; pero una reunión no es un cuerpo. Mi cuerpo no se reúne una vez por semana; las partes de mi cuerpo están en relación continua. En el caso de la iglesia, ser un cuerpo no significa estar unido todo el tiempo, sino estar relacionado de la manera adecuada.
Si los miembros de la iglesia no se encuentran relacionados unos a otros, las reuniones y actividades no los convertirán en cuerpo, incluyendo las actividades de adorar a Dios y predicar el Evangelio. Hay una diferencia entre un montón de piedras y un edificio; sin una adecuada relación, la iglesia no es más que un conjunto de brazos y piernas. Es la conexión con la cabeza y los demás miembros lo que hace que las partes constituyan un cuerpo.

FUNDAMENTOS DE LA UNIDAD

Para funcionar como un cuerpo, la iglesia debe estar unida por relaciones; sin embargo muchas iglesias de hoy están unidas por cualquier cosa menos relaciones. Algunas están unidas por edificios. Si bien es bueno tener un lindo lugar donde reunirse, el edificio no es la iglesia, el pueblo de Dios lo es.

Algunos cristianos creen que tienen unidad porque comparten las mismas ideas sobre la organización de la iglesia o la liturgia o porque están de acuerdo en ciertos detalles de doctrina, tales como la forma específica de bautismo. Pero si todo lo que nos une son puntos de doctrina no podremos estar unidos a cristianos que piensen de manera diferente de la nuestra; y se destruye nuestra unidad si alguno cambia de idea en algún punto. El único fundamento de unidad verdadero y permanente es reconocer la voluntad de la cabeza de que estemos unidos.

Cuando comenzamos a relacionarnos como miembros de un cuerpo, hay ciertos principios que entran en juego. Quiero presentar siete de ellos, los cuales funcionan como leyes; no como el tipo de ley que debe ser obedecida, sino como la ley de la gravedad, que funciona independientemente a que uno la entienda o no. (¡Aunque entenderla puede resultar de gran utilidad!).

GOBIERNO

La primera de ellas es la ley de gobierno. Podría ser enunciada de esta manera: Entrar en una relación de cuerpo requiere la existencia de una cabeza. Una persona no puede ser miembro de la iglesia mientras no confiese que Jesucristo es Señor. Esto es lo que llamo "el principio de la puerta"; Jesús dijo: "Yo soy la puerta". La suya es la puerta a la iglesia. Si uno va a incursionar en alguna área, se dirige al principal responsable. Esto es cierto en la familia: si voy a desarrollar una amistad con una familia necesito reconocer al esposo y padre de la misma; si tengo amistad con la esposa de un hombre y no reconozco su autoridad, mi amistad va a ocasionar problemas; si tengo amistad con los hijos, pero no reconozco que sus padres son responsables por ellos, mi amistad los hará peores hijos porque no estará de acuerdo con la educación que le dan sus padres.

No sólo es importante que todos estén relacionados adecuadamente a la cabeza, Cristo, sino que resulta esencial que los miembros del cuerpo se relacionen adecuadamente a las autoridades humanas. Pablo escribe: "Hermanos, ya sabéis que la familia de Estéfanas es las primicias de Acaya, y que ellos se han dedicado al servicio de los santos. Os ruego que os sujetéis a personas como ellos, y a todos lo que ayudan y trabajan. Me regocijo con la venida de Estéfanas, de Fortunato y de Acaico, pues ellos han suplido vuestra ausencia. Porque confortaron mi espíritu y el vuestro; reconoced, pues, a tales personas". (1 Co. 16.15-18).

Si yo hubiera ido a la iglesia de Corinto y me hubiera negado a reconocer a Estéfanas diciendo: "Yo reconozco a Dios y no a los hombres", hubiera estado mal. Pablo dice: "Sométanse a personas como ellos y reconózcanlos".

HONESTIDAD Y RECONCILIACIÓN

El segundo principio es el siguiente: Para permanecer en unidad hay que caminar en la luz. Caminar en la luz significa decir la verdad el uno al otro, vivir honestamente.

Juan dice: "Si andamos en luz, como El está en luz, tenemos comunión unos con otros y la sangre de Jesucristo, su Hijo, nos limpia de todo pecado" (1 Jn. 1.7). Eso significa que si andamos en la verdad y en franqueza mutua somos limpiados. Si entiendo este pasaje correctamente, hasta dice que la sangre fluye cuando hay compañerismo. Si aislo un miembro de mi cuerpo o pongo un torniquete en mi brazo, me muero. ¿Por qué? Porque la sangre ha dejado de circular, las impurezas obstruyen el paso, no puede fluir nueva vida.

Lo mismo sucede en el cuerpo de Cristo. Si uno observa un cristiano que está dejando de obrar correctamente, algo que hará es comenzar a separarse del cuerpo: no asistirá a las reuniones, y si uno habla con él no habrá verdadera comunicación.

Para permanecer en comunión uno con otro es necesario andar abierta y honestamente; es por esta razón que la Biblia habla tanto de confesar nuestras ofensas uno a otros. Santiago 5 habla de la sanidad: "Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros". No podemos saber cómo orar unos por otros si no confesamos nuestras faltas unos a otros; y esto debe ser hecho en la iglesia. Francamente, a muchos nos haría bien confesar nuestros pecados a alguien; si los sacamos a la luz, entonces Dios puede obrar.

Yo he sido educado como bautista, y la mayoría de bautistas y otros protestantes que conozco se han rebelado de tal manera ante la confesión a sacerdotes que practican los católicos, que no se confiesan a nadie, y muchas veces ni siquiera a Dios. Decimos: "Perdónanos nuestras deudas", pero eso no es una confesión, es un generalización. "Perdóname por esa mentira que dije de Fulano…", eso es una confesión; si luego vamos y lo confesamos a Fulano, Dios sabe que somos sinceros. Mateo 18 es muy explícito: "Si tu hermano peca, ve a él en privado primero; si no te oyere, toma contigo a otra persona; si no los oyere, dilo a la iglesia". Cuántos problemas nos ahorraríamos si los cristianos pusiéramos en práctica Mateo 18. Me atrevo a decir que la mayoría de las divisiones dentro del cristianismo han ocurrido porque no se aplicó Mateo 18.
Mientras estemos divididos no veremos la gracia de Dios obrar perfectamente entre nosotros. Si creemos lo que Dios dice, deberíamos practicar aquello de que: "Si traes tu ofrenda ante el altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano…" (Mt. 5.23).


He tratado de convertir en un hábito aclarar directamente con la persona afectada, cuando escucho que ha dicho algo en mi contra, esto me ha tenido bastante ocupado y no siempre funcionó; pero no estoy libre delante de Dios hasta que no lo intenté.
La Biblia dice: "Si no perdonáis, no seréis perdonados". Necesitamos tomarlo seriamente, si no nos estamos engañando a nosotros mismos. Especialmente como líderes, debemos practicar la reconciliación lo mejor que podemos.

HUMILDAD

La tercera ley es la de humildad: Se requiere humildad de corazón para la armonía y el éxito. Romanos 12.10 dice: "En cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros". Este es un versículo difícil de practicar, ¿cuántos de nosotros estamos más contentos cuando un hermano o una hermana es honrado que cuando lo somos nosotros? A menudo pensamos: "Bueno, si lo conocieran como yo lo conozco, no hubieran dicho tal cosa".

1 Pedro 5.5-6 dice: "Jóvenes, estad sujetos a los ancianos…Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que El os exalte cuando fuere tiempo". Humíllense y El los exaltará. Exáltense y El los humillará.

Las contiendas están directamente relacionadas al orgullo. Un cuerpo que funciona es aquél en que cada miembro sirve al cuerpo y no sólo a sí mismo. Servir a otros miembros es una evidencia directa de humildad.

FIDELIDAD

La cuarta ley es la de la fidelidad: Un incremento en la responsabilidad del cuerpo exige fidelidad a la responsabilidad. Esto significa lo siguiente: En un cuerpo, si una persona va a ser promovida, debe serlo en base a su fidelidad en lo que se le ha pedido que haga. De no ser así, el cuerpo dejará de funcionar.

Lucas 16.10-12 dice: "El que es fiel en lo poco, también en lo más es fiel; y el que en lo muy poco es injusto, también en lo más es injusto. Pues si en las riquezas injustas no fuisteis fieles, ¿quién os dará lo que es vuestro?". Podemos observar tres partes en esta ley de la fidelidad: fiel en lo muy poco, fiel en las riquezas, fiel en lo ajeno.

Cuando vemos gente que en el cuerpo no se está desempeñando bien, comprobaremos que estas leyes han sido violadas.

La Biblia dice que no se debe tomar a cualquier persona (un novato), no sea que se llene de soberbia y caiga en la trampa del enemigo. Una persona debe comenzar sirviendo, especialmente, en pocas y pequeñas cosas. Por ejemplo, una persona que recién se ha convertido al Señor viene a mí:

–¿Has conocido a Jesús? ¡Eso es maravilloso! ¿Podrías acomodar las sillas para el próximo domingo a la mañana? –le digo.

–¿Sillas? –me contesta–. Siento el llamado de Dios y estoy listo para ser un apóstol.

–¿Podrías acomodar las sillas?

–El mundo está perdido. Quiero ir a alguna parte a predicar. ¡Gloria a Dios!

–Hermano, acomodemos las sillas y los himnarios. –le pido.

–Alabado sea Dios, si tuviéramos fe, no necesitaríamos himnarios. –responde.

Cuando voy a la iglesia el domingo y las sillas no están en orden ni los himnarios tampoco, le digo:

–Hermano, ¿qué pasó con las sillas?

–Bueno, no me sentí guiado a hacerlo. Estuve orando y buscando a Dios.

Ahora, qué pasa si más tarde tengo una reunión con los ancianos y alguien dice:

–Necesitamos a alguien que haga este trabajo más grande, ¿qué tal Fulano?

–Bien, no acomodó las sillas –respondo.

–Puede que no se haya visto motivado por eso. Démosle una tarea más importante, tal vez la haga.

¿La hará? No. Fiel en lo poco, fiel en lo mucho. Infiel en lo poco, infiel en lo mucho. ¿Quién dijo esto? Jesús mismo.

Cuando Jesús escogió a sus discípulos, los inició desde abajo, no desde arriba. Envió a Pedro a recoger el dinero por los peces; encargó a sus discípulos que buscaran un asno y alistaran la habitación para la cena. Ellos sirvieron. Fueron fieles.

GRACIA

La quinta ley es la de la liberalidad: Para aumentar la gracia de Dios se requiere gracia. Si yo deseo mayor gracia, debo tenerla yo también.

Cuando María derramó su perfume a los pies de Jesús, éste reprendió a los que la criticaban; a sus ojos, el amor que ella había mostrado merecía ser recordado dondequiera que se predicara el evangelio (Mt. 14.9).

Proverbios 11.25 dice: "El hombre generoso será prosperado". La generosidad es parte del modo de vida cristiano. Pablo envió a Tito a los corintios para que "acabe esta obra de gracia" entre ellos, para producir gracia en ellos (2 Co. 8.6).

Cuando hay mezquindad y tacañería en la iglesia, la rueda puede girar, pero hay fricción. La gracia es el aceite que suaviza todo.

Me relaciono con todo tipo de grupos cristianos y encuentro que los más generosos son aquellos que poseen una mayor revelación de Jesucristo; y no siempre los más "religiosos". Como pastor, lo que quiero ver en un grupo de personas es que haya una actitud de gracia en todas las relaciones.

FRUTO

La secta ley es la de fruto: Lo que alguien recibe lo debe transmitir. "A quien mucho le es dado, mucho se le requerirá". En Juan 15, Jesús dice: "En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos". Fruto es reproducción.

"Toda rama debe llevar fruto o será cortada", dice Jesús. Una persona podrá no llevar fruto el primer o segundo o tercer año, pero tarde o temprano tendrá que producir; tiene que llegar a decir: "Señor, aquí esta lo que me diste, y aquí lo que hice con ello".

Los pastores deben esperar que la gente lleve fruto. Llevar fruto no es una posición en la iglesia sino llevar gente al Reino de Dios.

RESPONSABILIDAD

El séptimo principio es la ley de administración: Uno debe aceptar responsabilidad y control sobre lo que produce.

Hace varios años nuestra iglesia comenzó a crecer. La mentalidad de la vieja iglesia era que al pastor le sucedía como a "aquella madre que tenía tantos hijos que no sabía qué hacer". Yo predicaba y cada domingo había personas que nacían de nuevo y eran llenadas del Espíritu; pero allí quedaban, como niños abandonados a la puerta del orfanato. Con otras tres o cuatro personas estábamos a cargo del seguimiento. Mi oración era: "Señor, envía un avivamiento; pero si lo haces, moriré".

El Señor me mostró que yo no tenía que hacerme cargo de una generación tras otra de hijos espirituales, sino que todos en la iglesia debían aprender al menos un cierto grado de responsabilidad espiritual por los nuevos miembros, especialmente los que ellos mismos traían.

¿Qué sucedería con los matrimonios jóvenes si los abuelos criaran a sus hijos en su lugar? La idea es que los padres eduquen a sus hijos para que ellos a su vez maduren y puedan educar a los suyos a su debido tiempo.

Creo que la iglesia ha criado a muchos "dependientes". Algunos cristianos han llegado a los 40 años de edad y nunca han sido capaces de asumir alguna responsabilidad de ayudar a otros cristianos a crecer y madurar. Una de las prioridades que debe tener un pastor al edificar al cuerpo de Cristo es preparar a sus miembros para esta responsabilidad.

Un cuerpo productivo y maduro no es un accidente. Es el resultado de obedecer cuidadosamente las instrucciones de Dios. Al observar la voluntad de la cabeza, los miembros se relacionarán adecuadamente y edificarán al cuerpo. Un cuerpo en funcionamiento podrá después dedicarse a hacer Su Voluntad en la tierra así como en el cielo.

© Pastoral Renewal. Usado con permiso. Apuntes Pastorales, Vol. III, número 4














HECHO PARA INFLUENCIAR SU MUNDO
POR LUIS PALAU

Es imperioso señalar que a pesar de nuestras debilidades o falta de preparación, cada creyente puede ejercer influencia en su mundo para la gloria de Dios. Con la autoridad de la Escritura, el autor garantiza que Dios es más que capaz y está más que dispuesto a concedernos el poder para llegar a ser personas de tremenda influencia para gloria de su nombre.
Hace más de 50 años que no veo al hombre que más influencia ejerció en mi vida. Mi padre murió cuando yo tenía 10 años pero el ejemplo de su amor ferviente hacia Dios y su sincera preocupación por los demás quedó conmigo desde entonces. Aún durante mi adolescencia, cuando fui tentado a alejarme del Señor, no pude permitirme deshonrar a mi padre y todo lo que él representaba. A los 17 años, después de cuatro años tormentosos de estar dividido entre dos mundos, por fin me comprometí totalmente con Dios.
Al igual que mi papá, quería convertirme en un hombre de integridad, un hombre de influencia que trajera bendición a mi mundo para la gloria de Dios. Y a pesar de mis imperfecciones, el Señor me ha usado para instar a muchos para reconciliarse con Él. El mensaje de este artículo está dirigido no solamente a nosotros como pastores y líderes sino también a cada creyente. Es imperioso que les compartamos que a pesar de sus debilidades o falta de preparación académica o posición social, ellos pueden ejercer influencia en su mundo para la gloria de Dios.
Con la autoridad de la Escritura, le garantizo que Dios es más que capaz y está más que dispuesto a concedernos el poder para llegar a ser personas de tremenda influencia en nuestro mundo para gloria de su nombre.
El Gran Mandamiento
Dios promete darnos ese amor que transforma vidas. «Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas», y «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mr. 12:30-31).
Al fin y al cabo, el cumplimiento de la ley de Dios es una cuestión de amor (Gá. 5:14). La más grande de las virtudes cristianas es amor (1 Co. 13). El fruto del Espíritu se resume en una palabra: amor (Gá. 5:22). La esencia del carácter de Dios es el amor (1 Jn. 4:8,16). Por sobre todas las cosas, se nos ordena: «Vestíos de amor» (Col. 3:14).
Sin embargo, por naturaleza, la mayoría de nosotros somos desamorados y francamente, a menudo difíciles de amar. Sólo cuando experimentamos el amor de Dios y le correspondemos amándolo, podemos verdaderamente amar a otros sin importar su posición social, su personalidad o sus creencias. Esto es lo que le importa a Dios: ¿Estamos dispuestos a permitir que su amor transforme nuestras vidas y nuestras relaciones? Si consideramos seriamente obedecer el gran mandamiento, automáticamente diremos que sí a la voluntad de Dios, y no a los vicios del mundo, de la carne y del diablo.
Como cristianos, la elección es nuestra:
• No podemos amar a Dios y odiar a nuestro prójimo.
• No podemos amar a Dios e ignorar a nuestro cónyuge.
• No podemos amar a Dios y amargar a nuestros hijos.
• No podemos amar a Dios y rechazar a los que están en autoridad sobre nosotros.
• No podemos amar a Dios y no preocuparnos por nuestros compañeros de trabajo.
• No podemos amar a Dios y ser indiferentes a la gente de este mundo.
Muy por el contrario, si amamos a Dios:

• Amaremos a nuestro prójimo, creado a la imagen de Dios.
• Amaremos a nuestras esposas con amor sacrificial o por el poder de Dios, nos someteremos y respetaremos a nuestros esposos.
• Instruiremos a nuestros hijos en el temor y la amonestación del Señor.
• Honraremos a los que están en autoridad sobre nosotros.
• Nos preocuparemos por nuestros compañeros de trabajo.
• Ayudaremos a ganar a la gente de este mundo para Cristo.
La Gran Comisión
Dios también promete darnos a usted y a mí el poder del evangelio que transforma vidas: «Toda potestad (poder, autoridad) me es dada en el cielo y en la tierra, por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado, y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt. 28:18-20). Esa es su gran comisión para nosotros hoy en día. Debido a que El mora en nosotros, tenemos el poder para proclamar su evangelio en nuestros hogares, a nuestros parientes y a nuestros amigos para que ellos crean, se arrepientan y sean salvos. Los evangelios nos dicen que Cristo vino «a buscar y a salvar lo que se había perdido» (Lc. 19:10).
Es loable y necesario analizar lo que está mal en nuestro país. Es encomiable enseñar cómo vivir correctamente en este mundo confuso. Pero a menos que comuniquemos el evangelio de Jesucristo que cambia vidas y llamemos a las personas a que se conviertan, no haríamos más que reorganizar los problemas.
Tanto las escrituras como la historia confirman esta verdad: sin una conversión, es imposible cambiar una comunidad o una nación para bien. ¡Quiera Dios darnos a usted y a mí una pasión por aquellos que todavía tienen que entregar sus vidas a Jesucristo y experimentar el poder transformador de su evangelio!
AME A SU CÓNYUGE INCONVERSO PARA TRAERLO A JESÚS
La mayoría de los lectores de Apuntes Pastorales son pastores y líderes de iglesias. Sin embargo, hemos encontrado a más de un pastor que no estaba seguro si su esposa conocía al Señor, y a esposas de líderes de la iglesia que no estaban convencidas de que sus esposos eran de Cristo. Pablo nos anima como hombres a que amemos a nuestras esposas «así como Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla…» (Ef. 5:25-26). Pedro, en cambio se dirige a las mujeres: «Asimismo vosotras mujeres, estad sujetas a vuestros maridos, para que también los que no creen a la palabra sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas, considerando vuestra conducta casta y respetuosa» (1 P. 3:1-2).
AME A SUS HIJOS PRÓDIGOS PARA TRAERLOS A CRISTO
¿Todavía sus hijos no han venido al Señor? Si es así, no se desanime. Ámelos con todo su corazón para traerlos al Salvador, no importa cuánto tiempo tome.
No hay mayor gozo que ver al hijo pródigo volver al hogar. Andrés es el tercero de mis cuatro hijos, nacido en Cali, Colombia, en 1966. Después de graduarse de la universidad, Andrés se mudó a 4.000 kilómetros de casa, donde comenzó a subir por la escalera del éxito profesional. Pero lo que atribulaba mi corazón no era la distancia del hogar, era su alejamiento del Señor.
Al igual que nuestros otros hijos, Andrés había orado para invitar a Jesús a entrar en su corazón cuando era niño. Sin embargo, desde la secundaria, había comenzado a mostrar poco interés en la Biblia y en la iglesia. Andrés seguía un estilo de vida secular con valores seculares.
Por doloroso que fuera, Patricia y yo tuvimos que aceptar lo que habíamos aconsejado a otros padres. Aunque Andrés había sido criado en la escuela dominical, había memorizado versículos bíblicos, era bautizado, podía hablar la
jerga evangélica, e incluso respetaba y defendía el evangelio como verdad, todo eso no significaba que fuera verdaderamente convertido. La conversión es esencial para todos, ya sea que hayamos nacido en una familia inconversa o en una familia que busca honrar a Dios.
Patricia siempre habla sin rodeos: «Si tu hijo llega a la adolescencia y no sigue a Cristo de manera espontánea, tal vez no sea creyente». Jesús dijo que la prueba está en el fruto (Mt. 7:20). Andrés era muy respetuoso con nosotros, siempre cortés y amable, un buen hijo que nunca blasfemó el evangelio. Pero su vida negaba la experiencia personal de la conversión con el Señor Jesucristo.
Muy a menudo, durante nuestras cruzadas evangelizadoras yo oraba: «Señor, que muchos vengan adelante y confiesen a Cristo», pensaba en ese mismo momento: «No hay mayor gozo que éste… Pero, ¿y qué de Andrés? ¿Cómo puede mi gozo ser completo mientras él no se pare aquí como una persona que camina con Jesús?»
Siempre había un elemento de tristeza en mi vida y me di cuenta de que si mi corazón llevaba este peso, el corazón de Dios estaba muchísimo más triste, porque su amor es mucho más abnegado y puro.
La rebelión de Andrés fue una lección dolorosa. Debido a que uno de mis hijos, por el que me había esforzado al máximo para llevarlo a los caminos de Señor, se resistía a la conversión, no podía hacer otra cosa que aferrarme a la promesa de Dios para Israel: «Y todos tus hijos serán enseñados por Jehová; y se multiplicará la paz de tus hijos» (Is. 54:13). Ese versículo fue muchas veces mi oración para todos mis hijos a lo largo de los años.
Tres años atrás, Patricia y yo invitamos a Andrés a ir con nosotros a Jamaica para una cruzada. Allí él conoció a su futuro suegro y a su familia. El compromiso de ellos con Jesús convenció a Andrés de su rebeldía perjudicial y lo llevó a lo que él llama «un serio arrepentimiento».
Mi gozo es que ahora sabemos que el Espíritu Santo vive en él, y a Dios sea toda la gloria por ello. Andrés es nacido de Dios y lleva el fruto de ser su hijo, siendo conformado a la imagen del Señor Jesucristo. Su entusiasmo por las cosas de Dios es una de las alegrías más grandes de mi corazón.
Por supuesto, todo hijo en una familia cristiana hace sus propias elecciones. Por eso es tan difícil amar a ese hijo pródigo. Pero si alguno de sus hijos todavía no conoce a Jesús, por favor, no se desanime, ore por él y ámelo para traerlo al Señor.
AME A SUS PADRES Y A OTROS PARIENTES PARA TRAERLOS A CRISTO
¿Son sus padres y otros parientes parte de la familia de Dios? ¿O siguen sin conocer su gracia y su misericordia? Si es así, pídale a Dios que acerque a sus vidas otros cristianos y haga todo lo posible para mostrar su amor y preocupación.
Roberto, un amigo mío, sentía una carga tremenda por el destino eterno de su padre, de 70 años de edad. «Luis, ¿qué voy a hacer?», me preguntó. «Apenas si lo veo. Vive a más de 3000 kilómetros de acá. Pero que yo sepa, nunca le ha entregado su vida al Salvador».
Un tiempo después llamé a Roberto. «¿Cómo anda tu papá?», le pregunté. «Acabo de ser invitado a predicar en la ciudad donde vive». Aunque tenía otros compromisos, Roberto hizo planes inmediatamente para viajar en avión al este, invitar a su papá a cenar y llevarlo a la cruzada donde yo predicaba.
Después de la reunión Roberto y su papá se reunieron conmigo en un restaurante. Le pregunté al papá de Roberto: «¿Le ha entregado su vida a Jesús?»

Él dijo que sí.
«¿Cuándo lo hizo?»
«Esta misma noche», contestó.
Lo abracé y le dije: «Bueno, bienvenido a la familia de Dios».
De hecho, Roberto hizo todos los preparativos. Lo único que hice yo fue tener el privilegio de proclamar las buenas nuevas de Dios en un lugar donde su padre pudiera escuchar su mensaje, ser tocado por el Espíritu Santo, y entregar su vida a Jesucristo.
AME A SUS VECINOS PARA TRAERLOS A CRISTO
Nosotros, los obreros cristianos muchas veces perdemos contacto con el mundo. Por tal motivo, es imperioso hacer un esfuerzo extra para conocer a nuestros vecinos y otros inconversos y así poder participar en la gran comisión.
Una vez fui vecino de un personaje de la televisión. Conversábamos de vez en cuando y él mencionó que ocasionalmente escuchaba mi programa radial. Sin embargo, no le presenté el evangelio. Él parece completamente inmune a los problemas de la vida, pensé. Era un hombre mundano, que se daba «la buena vida». No parecía preocuparse de los valores espirituales en absoluto.
Eventualmente este vecino se casó y parecía que todo le seguía yendo muy bien. Sin embargo, cambió de repente. Parecía que el gozo había abandonado su rostro. Pude darme cuenta de que tenía dificultades en su matrimonio, y sentí la necesidad de hablar con él, pero aun así no quería entrometerme en su vida. Continué con mis asuntos y partí para una cruzada en el Perú.
Cuando volvía a casa, me enteré de que mi vecino se había suicidado. Quedé destrozado. Sabía que debía haberle hablado acerca del amor de Jesús. Soy un evangelista pero desperdicié una oportunidad para testificar.
Aunque mi vecino parecía despreocupado, su alma estaba herida. Necesitaba las buenas nuevas de salvación en Jesucristo. Dios mediante, nunca jamás dejare escapar otra oportunidad de compartir el poder transformador de Cristo Jesús.
AME A SUS AMIGOS PARA TRAERLOS A CRISTO
¿A quién conoce usted que todavía necesite a Jesús? No dé por sentado que una persona ha entregado su vida a Jesucristo sólo porque va a la iglesia. Nunca pierda la esperanza, si algunos de sus antiguos amigos han rechazado a Jesús toda su vida.
Berto, presidente del comité de finanzas de una última cruzada, tenía una larga lista de personas por las que estaba orando, pero tenía los nombres de tres hombres a la cabeza de su lista. Todos ellos habían conocido a Berto durante los últimos 15 a 25 años pero siempre habían postergado la decisión de rendirse al Señor. Finalmente, durante la cruzada, dos de sus tres amigos cercanos aceptaron al Señor. Unos cuantos días antes, el otro amigo también le había dado su vida a Cristo, en su propio hogar, cuando Berto fue a visitarlo.
«Muchos otros amigos entregaron sus vidas a Cristo durante la cruzada, algunos los traje yo, y otros me lo dijeron algunas semanas después», dijo Berto. «¡Pero es tan lindo saber con certeza que mis tres mejores amigos por fin son creyentes».
NUNCA SE DÉ POR VENCIDO
Otro hombre que conozco, Miguel, tomó el curso de Consejero y Hermano Mayor de nuestra asociación evangelizadora y se dio cuenta de qué forma el Señor podía

usarlo entre sus amigos para ganarlos para Cristo. Miguel sentía una carga especial por un compañero de trabajo llamado Chilo, un hombre tosco y desagradable.
Miguel comenzó a tomar café con Chilo, quien le aclaró que no necesitaba ni a Dios ni a nadie. Esto siguió así por un tiempo hasta el día en que se llevaron a Chilo del trabajo en una camilla al hospital más cercano. Los doctores descubrieron que su corazón había duplicado su tamaño, y que otros órganos vitales estaban dejando de funcionar. Le dieron menos de un año de vida.
Tan pronto como Chilo salió del hospital, Miguel fue a verlo y le compartió los pasos del plan de salvación. «Él estaba de acuerdo con todo lo que le dije», Miguel me contó luego, «incluso le expliqué la oración de entrega». Pero Chilo postergó la decisión, así que Miguel le volvió a explicar los puntos básicos del evangelio. Chilo seguía diciendo: «No, gracias». Sin embargo, cuando Miguel se levantó para irse, Chilo le dijo: «Espera, cuéntamelo de nuevo», y unos minutos después, le entregó su vida a Jesús.
Desde entonces, Chilo asiste a la iglesia de Miguel y se ha convertido en un fiel testigo del Señor. "Él es un verdadero aliento para los creyentes en el trabajo y también para los inconversos», dice Miguel. «Ellos preguntan: «¿Qué le ha pasado a Chilo? Está tan feliz. ¿Acaso no sabe que le queda menos de un año de vida?»
UNA PALABRA DE ADVERTENCIA
Necesitaremos tener presente que a menudo el tiempo de Dios es diferente del nuestro. Los problemas de nuestra familia, de nuestra comunidad, de nuestra ciudad y de nuestra nación no surgen de repente. Son el resultado de años, décadas, incluso siglos de pecado y desobediencia. No podemos cambiar todo de la noche a la mañana, hay un tiempo y un lugar para todo. No nos adelantemos al Señor.
Consideremos el gran avivamiento iniciado por John Wesley. Una ola masiva de conversiones transformaron a Inglaterra totalmente. Incluso los peores vicios sociales de esa nación fueron desarraigados. Sin embargo, eso no sucedió de la noche a la mañana. Ni todo ocurrió durante la vida de Wesley. La esclavitud fue abolida recién unos años después de su muerte. Pero aun los historiadores seculares admiten que la influencia de Wesley en el político cristiano William Wilberforce fue lo que finalmente ganó esa batalla.
Muy a menudo subestimamos lo que Dios puede hacer en cinco años o diez o aun quince. Que nunca nos preocupemos tanto por las altas y las bajas del momento, que no perdamos de vista el plan y el propósito general de Dios para nuestra propia generación, y para las generaciones venideras.
«Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida» (Ap 2.10). Corramos el riesgo de vivir totalmente para Dios y dejemos el resultado en sus manos. AP
Tomado del libro: «Sigue hasta la meta», de editorial UNILIT. Usado con permiso, Apuntes Pastorales. Volumen XIV – número 2.

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