Hacia dónde vamos

 

Hacia dónde vamos

En busca de una visión ministerial para nuestra iglesia

Me habían invitado para ayudarlos como modera¬dor. Mi rol consistía en facilitar los diálogos. Ellos serían los verdaderos protagonistas de la tarea que enfrentábamos. Ellos... y el Espíritu Santo.
Corría el año 2001 y nos encontrábamos en Santiago de Tolú, un acogedor rincón de la cos¬ta norte colombiana. Como cuarenta hombres y mujeres nos reunimos fraternalmente en una misma sala. Aunque afuera el sol lucía radiante y la playa invitaba a ser disfrutada, estos líderes se sentían más atraídos por el propósito por el cual los habían convocado que por las olas del mar, el sol y las cálidas arenas. Habían acudido allí para pensar en el futuro de la iglesia, de su iglesia, el futuro de ellos como pueblo de Dios en ese girón de tierra latina.
Tenemos dónde comenzar
A través de la Palabra conocemos cuál fue el deseo de Dios al diseñar su Iglesia. Sabemos que Él nos formó para ser una comunidad litúrgica , que adora a su Dios y Creador; también nos llamó a ser una comunidad proclamadora, que lleva el evangelio por todo el mundo; nos mandó a ser una comunidad formadora, que hace discípulos del Maestro a aquellos que creen, a fin de que lleguen a la estatura de la plenitud de Cristo; y nos instó a ser una comunidad solidaria, que ama a los nece¬sitados y mira por los menos favorecidos de esta Tierra. La Biblia tiene mucho material para ayu¬darnos a entender el plan de Dios para la Iglesia.
Ahora bien, ¿cómo nosotros, en un lugar es¬pecífico de la Tierra, en una determinada cultura, vamos a plasmar ese deseo de Dios? Conociendo los fundamentos básicos, ¿qué clase de iglesia nos gustaría ser dentro de unos años? Un buen estu¬dio en serie y en grupos sobre la Carta a los Efe¬sios enriquecería esta búsqueda. También puede encontrarse ayuda al leer 1 Corintios 1.1-4.21 y 2 Corintios 3.1-6.13. A decir verdad, todas las cartas del Nuevo Testamento (incluyendo las de Apoca¬lipsis) son nutrientes sustanciosos para entender el deseo de Dios para la iglesia.
Trabajar juntos
Si el deseo es mirar hacia el futuro y visualizar la iglesia que quisiéramos ser, nos esperan dos tareas para comenzar: el estudio de la Palabra y la oración. Además de ser las dos fuentes fundamen¬tales para informarnos y guiarnos, son disciplinas poderosas para acrecentar la unidad y apropiación del proceso. Como líderes, queremos que todos los miembros de nuestra congregación compartan el deseo de trabajar por ese futuro que buscamos, que se ejerciten en la unidad y el compañerismo. El estudio de la Palabra y la oración en conjunto son determinantes para alcanzar ese objetivo de unidad y «apropiación» del futuro. Por ejemplo, diseñar un estudio para grupos pequeños sobre la Carta a los Efesios sería muy apropiado para este fin. Esto ayudaría a la congregación a descubrir juntos esa carta escrita en especial para formar la Iglesia.
Respecto a la oración, en el número anterior de Apuntes Pastorales se publicó un práctico y estimulante artículo sobre cómo escuchar a Dios colectivamente (Discernir juntos, por Ruth Haley Barton, vol. XXX, núm. 4, p. 21). «Ministrando estos al Señor, y ayunando, dijo el Espíritu Santo». De esa forma relata Lucas la interacción entre una iglesia que busca la voluntad de Dios y el Espíritu que les habla. Así ocurrió en Antioquía. No pre¬tendo promover que esta forma sea la única, que siempre tiene que mediar el ayuno, pero sí que, si somos el cuerpo de Cristo, al menos debemos dar¬le chance a la Cabeza de decirnos lo que piensa. El tiempo en oración juntos y alrededor de la Palabra resulta excelente para predisponernos a discernir la voluntad de Dios.
El dilema de las dos visiones
Entre los consultores de planificación estratégica debemos enfrentar con frecuencia el dilema de adónde dirigir el enfoque para el desarrollo de una visión para el futuro. ¿Enfocarnos en la orga¬nización, es decir, en qué clase de institución que¬remos convertirnos en el futuro? ¿O deberíamos concentrarnos en el escenario, en cómo quiero ver transformado dentro de unos años el terri¬torio en el que actuamos? A manera de ejemplo, supongamos que nuestro ministerio es atender a niños de la calle. La pregunta es, ¿en qué debo enfocarme, en el programa que deseo implemen¬tar o en cómo quiero que esos niños sean cuando crezcan?
«Si nos enfocamos en la iglesia que queremos lograr, siento miedo de que nos encerremos en nosotros mismos. ¿Y qué de enfocarnos en los perdidos?», me comentó Leonardo, un amigo.
Para contestar a esa pregunta no encontré mejor ejemplo que el de Jesucristo mismo, quien diseñó la iglesia y que, aun cuando su énfasis estaba en formar a los líderes que lo sucederían, no abandonó su visión de servir a los de afuera. Marcos 6.34 nos relata que Jesús, al ver a las gentes sin pastor tuvo compasión de ellas y em¬prendió manos a la obra. Jesús no sólo veía como su iglesia a sus doce, sino también a aquellos que en el futuro formarían parte de ella. En Juan 17 ora: «no sólo por estos ... sino también por los que vendrán después». Isaías 53.10 expone que el Señor enfrentó el sacrificio anticipando que «ve¬ría linaje», es decir, descendencia. Y el versículo siguiente nos añade: «Verá el fruto de la aflicción ... y quedará satisfecho».
De eso se trata planificar para el futuro: desarrollar la visión de la congregación que deseamos ser, para impactar nuestra comunidad y el mundo con el evangelio transformador, y así cumplir el diseño de Dios para nosotros.
¿Quiénes?
El pastor, líder, ministro coordinador o como se le llame en su iglesia es el elemento fundamental para conducir este proceso. Dios diseñó nuestros grupos eclesiásticos de manera que a quienes dirigen les proveyó dones y funciones, con res¬ponsabilidades clave. No obstante, ellos no son los únicos responsables. La congregación entera lo es o si le gusta más, «la membresía». Muchos congre¬sos y conferencias de liderazgo nos enseñan que el pastor es quien debe señalar el camino, decir hacia dónde se debe ir. El problema con esta perspecti¬va es que así no se alcanza a ver el diseño de Dios para la iglesia, que ha sido uno de los pilares de la Reforma: el ministerio de todo creyente. El pastor es el líder que supuestamente predica la Palabra, pastorea la grey, vela por la formación y servicio de los creyentes, y cuyo ministerio incluye el facilitar que la congregación descubra y desarrolle la visión de Dios para todos ellos. Ofrecer esa dirección es esencial en el servicio que el Señor espera de cada líder (Lucas 22.25-27). Puedo asegurarle que si la iglesia -y no solo el líder- busca de manera uná¬nime la voluntad de Dios, el camino posterior de «apropiación» y compromiso se volverá menos difícil.
En ocasiones he escuchado excusas como la siguiente: «Los miembros de mi iglesia no cuentan con la suficiente madurez como para participar con nosotros, los líderes, en la búsqueda conjunta de una visión». Mi respuesta es que ese perfil de congregación es una señal fuerte del fracaso del liderazgo. Hemos fracasado como pastores si nuestro esfuerzo no ha apuntado a que nuestra gente desarrolle un mínimo de madurez, de discernimiento, de conocimiento de la Palabra y de comunión con Dios. Mi sugerencia es que demoremos unos meses el proceso, invirtamos intencionalmente en ellos a través de la predicación, el estudio y la oración. Entonces, habremos preparado cristianos con más capacidad para acompañarnos en el proceso.
Una aventura excitante
«Siempre hemos conocido en términos generales el propósito de la iglesia, pero después de esta búsqueda, de escuchar al Señor y de reflexionar juntos me he "enamorado" de lo que es posible lograr para glorificar a Dios», me dijo Alberto, uno de los pastores, al finalizar nuestro retiro en la pequeña ciudad de Tolú, Colombia. «Ha sido un tiempo excelente, y luego de estos días me siento mucho más acompañado en la tarea por delante», concluyó.
Son muchos los pastores que experimentan una profunda soledad en el ministerio. Ponernos de acuerdo con la congregación en qué vamos a ser y hacer como iglesia consigue disminuir de manera notable esa triste sensación.

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